Por Ignacio Ramos Rodillo
La significativa sincronicidad que se suscita entorno al crimen contra Daniel Zamudio y la muy bullada Ley Antidiscriminación, a la evidente militarización del Cuerpo de Carabineros, y a una reacción centralista que reprime las demandas de los ayseninos, es una coincidencia que pone a la vista nuestra dificultad idiosincrásica, casi atávica, para considerar la alteridad y la multiplicidad como atributos, si no fundamentales, al menos ubicuos dentro de la compleja conformación cultural, social y política de nuestro país.
Y en un mismo sentido, una importante porción de la producción musical chilena de al menos los últimos sesenta años, se ha desarrollado en gran medida según los problemáticos devenires de lo propio y lo ajeno, configurando así un espacio simbólico donde múltiples imágenes sobre lo local, lo nacional, lo americano se han suscitado y proyectado. En lo que respecta específicamente a las músicas populares, del gesto fundacional de Violeta Parra y la Nueva Canción Chilena proviene una impronta particular en las músicas locales que se ha perpetuado como experimentación sobre ritmos y colores vernáculos, y que asimismo, ha propiciado su encuentro con géneros de evidente alcance global. De ahí que las experiencias de fusión sobre el folklore y las músicas tradicionales chilenos, o la adscripción de algunos de los trabajos de nuestros músicos a la pretendidamente universal categoría de world music, representen desde el presente buena parte de la producción nacional.
Por estos días ha visto la luz Antijazz, álbum compuesto y producido por el músico serenense Orlando Sánchez Placencia (1978), a propósito de un proyecto colectivo que recorrió el Norte Chico durante los últimos meses, presentándose en vivo en distintos observatorios astronómicos. Destacado como una de las principales figuras del jazz en la Región de Coquimbo durante la década pasada, la relevancia actual de Orlando Sánchez se debe a las diversas actividades que realiza en su ámbito musical, especialmente su participación en Los Changos, agrupación que con dos larga duración –La influencia del mar y Espacio y tiempo, de 2007 y 2010- viene aportando al desarrollo de una escena local que da que hablar, dado el alto atractivo de sus propuestas y a los aspectos identitarios regionales que connota, por ejemplo, mediante el proyecto colectivo Rock Diaguita
Las tan características suavidad, limpieza y sofisticación de la guitarra de Sánchez, admirables en su trabajo con Los Changos, logran en Antijazz indesmentible elevación en la medida que ya no se trata aquí del sometimiento de su interpretación a la estructura cancionística propia del grupo, sino que más bien de integrarla a una obra diversa, equilibrada y estimulante donde ésta se confunde con el resto de una instrumentación decididamente orientada hacia otras tradiciones musicales y culturales. Antijazz se escucha con facilidad, es un disco amable y activo. Su carácter instrumental le brinda esa garantía de abstracción que facilita el asombro, por ejemplo, ante la progresión de sus temas o ante la simpleza y concisión de los solos de guitarra, bajo fretless y batería que abundan en el álbum, además de los muy logrados arreglos para cuerdas frotadas. De un mismo modo, el indesmentible talento compositivo del autor hace que uno se encuentre con variaciones de ritmo e intensidad en temas que casi enteramente superan los cuatro minutos de duración y que, sin embargo, no se hacen largos ni parecen pretenciosos.
Abunda en colores y ritmos que trascienden los márgenes no sólo del rock local, que desde hace más de cuarenta años integra instrumentaciones de origen vernáculo y americano, sino más bien de la fusión de perfil jazzero que, salvo casos como los de Ernesto Holman o Jorge Campos, no ha probado suerte con determinadas sonoridades propias del espectro cultural nacional. El álbum alcanza una integración de referentes, tradiciones y sonoridades de altísima calidad. Antijazz pareciera en varios pasajes, asimilarse a los mejores momentos del Congreso de los años ochenta e igualmente, puede ser considerado un genuino aporte al grueso de agrupaciones y obras que de un modo u otro, siguen el derrotero marcado por Los Jaivas.
La activación de esta tradición del rock-fusión nacional, de nuestro “rock de raíz tradicional”, se debe también a las innovaciones de estilo que Sánchez integra a la obra. La presencia de tarkeadas connota una nortinidad o andinidad presente ya en canciones y discos señeros de dicha herencia rockera, reforzada aquí por la presencia de flautas de bailes chinos que, en opinión del investigador José Pérez de Arce, remiten a una estética sonora presente en los Andes del Sur hace más de tres mil años, y que en la particularidad geográfica de Antijazz, sitúan esta obra en la musicalidad coquimbana, presente por ejemplo en la tradicional Fiesta de la Virgen de Andacollo, la Chinita.
Además, Antijazz se orienta hacia un ámbito de la música nacional altamente estimulante. Cuando el ex Quilapayún Patricio Castillo tocó el guitarrón chileno en En la quebrá del ají de Los Jaivas durante la Unidad Popular, el uso de este instrumento superaría el sólo ámbito del Canto a lo Poeta para ser integrado definitivamente a la música popular, aunque con un hiato de varias décadas. Recién durante los noventa, el payador Manuel Sánchez comenzó a utilizarlo con mayor insistencia y protagonismo en sus cooperaciones con Mauricio Redolés, para luego componer Guitarock, tema que a título personal representa uno de los puntos altos en este proceso de traspaso. El desafío de utilizar el guitarrón como instrumento del rock ha sido asumido desde la década pasada por el mentado José Pérez de Arce, por Omar Fortín, miembro de los porteños Umbría en Kalafate, y por Felipe Alarcón y Felipe Moreno, ambos componentes de los santiaguinos Enjundia. El quinto corte del disco de Orlando Sánchez, Sideral 2, es un instrumental cuya estructura se basa en el protagonismo del instrumento tradicional, detalle que marcaría un matiz respecto a los ejemplos anteriores, ofreciendo aquí una pieza sorprendentemente fresca que logra adaptar con maestría una sonoridad extraña a los oídos del público general –guste o no-, a un lenguaje de fusión, hasta el momento, ajeno a estos recovecos de la música chilena.
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